dimarts, 19 de febrer del 2013

ATADA A LA PATA DE LA CAMA



Estamos viendo una peli en la hora de la denostada Educación para la Ciudadanía, segundo de ESO, zagales de trece años por lo bajo. El prota dice una inconveniencia y su novia le suelta una hostia (vocabulario adolescente cien por cien). Un retaco líder espiritual del grupo salta como accionado por un resorte invisible:

-                           -  Me hace eso a mí y la ato a la pata de la cama.



Algo me pellizca por dentro, no me parece esa expresión propia de estos tiempos, alguien la ha insertado en una boca prestada. Si la hostia se la hubiese dado un macho, lo hubiese matado, pero no lo ataría a la pata de la cama. Me escamo.
No hay estudiante de bachillerato de mi instituto (50% de los estudiantes solicitan beca) que no tenga un Iphone. Entre sus brillantes aplicaciones está su potente GPS. Algunos machitos de pro obligan a sus princesas a activarlo para saber en todo momento donde anda su propiedad (no, no me he equivocado con el lamentable vocablo).  En el fondo es una forma sibilina de atarlas a la pata de la cama. El cabrito de segundo de ESO no iba tan errado.
Me explican fuentes fidedignas que se pueden hackear las contraseñas de las redes sociales como el que come altramuces (chochos otrora), hay tutoriales en google para todo. El espionaje (ahora que Método3 está tan de moda) está a un par de clics de distancia. Los novios celosos tienen un arma poderosa de control (siguen atando a la pata de la cama). Sin demasiado esfuerzo pueden obtener contactos, conversaciones y fotos de su  amada (hay amores que matan). Cosas de adolescentes, ya se sabe.
No hay debate más ardiente que el que se produce en la hora de tutoría cuando se habla de la relación entre los dos sexos. Desde los discursos políticamente correctos que se destiñen a la que se aplica un poco de vida cotidiana hasta los provocadores que rescatan modelos medievales. Pero lo más sorprendente para mí son los furibundos ataques de las mujeres a representantes de su propio género.

-                   -  Esa se viste como una guarra.
-                  -   ¿Qué entiendes por una guarra?
-                - Ya sabes profe, no te hagas el tonto.
-                  -  Defíneme guarra.
-                 - Que busca guerra, que va a calentar a los tíos, chupapollas…

El público masculino enardece, sonrisitas por lo bajini, o sea, inflados como pavos. El término guarro no existe en su diccionario (a no sea para designar la falta de higiene tan habitual entre estos machotes). Cuando un tío usa (sin pudor ni rubor) a las tías se le adjetiva por su propia manada muy positivamente, puede recibir el apelativo “cabrón” pero endulzado y con un matiz honorífico.
Seguro que cuando venga el técnico del ayuntamiento a hacerles una charla sobre la violencia de género todos los corderitos estarán unánimemente de acuerdo en los postulados oficiales de la sociedad. A las mujeres no hay que dominarlas, ni chantajearlas, ni pegarlas, ni asustarlas siquiera, y mucho menos, atarlas a la pata de la cama, faltaría más. 

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