dimecres, 27 de febrer del 2013

HABÍA UNA VEZ...



La educación es un negocio peculiar. El mismo día que leo en la prensa que la Generalitat nos guinda la extra a los funcionarios para paliar su déficit (el posesivo lleva toda la mala intención), en la puerta de mi instituto luce una pancarta tope chula que anuncia que el sábado siguiente se abren las puertas del centro a las familias que tienen que matricular gaznápiros (clientes) el año que viene.
El material humano (profes) anda con la moral por los suelos porque a partir de ya tendrá que comprar jamón del malo, ir menos al cine y al teatro, leer menos libros, privarse de vacaciones y zurcir calcetines y bragas usadas. Lo más luctuoso del enésimo tijeretazo es que en tiempo soleado de vacaciones (sí, sí, esos dos meses que levantaban ampollas en la envidia de la población) consumirán menos cervecitas en los chiringuitos de playa (¿baja el consumo? ¿cómo puede ser eso?). En fin, lo que se ha llamado con humor incalculable, vivir por encima de sus posibilidades. Después de estudiar una carrera cinco años y de pasar unas oposiciones con 85 temas del ala, no es de recibo que estos funcionarios haraganes tengan semejantes prebendas, son conocidas las cuentas en Suiza de la mayoría de profes de secundaria.  
La temperatura de mi instituto ha descendido desde hace un año de forma escalofriante (adjetivo realista). Ya se sabe que la letra con frío entra. Las fotocopias son restringidas con aparatos con códigos personales para delatar a los que amplían horizontes. Las líneas telefónicas blindadas con candado (Rosell ya nos acusó de gastar mucho teléfono, no dijo nada de timar a Hacienda o la seguridad social como su lugarteniente). Los materiales de ampliación un lujo en extinción. Las becas se suprimen y los ordenadores estropeados no se reparan. ¡Hay crisis! La varita mágica que consuela todas las demandas. Y suma y sigue. Los sustitutos aparecen después de diez días de que el titular cayera en acto de servicio pero cobrando el 86% de su sueldo. Y luego los politiquillos que manejan números como sandías se jactan de haber controlado el déficit con su pericia. Eh, lectores, agucen su capacidad de creerse mentiras…. ¡Duros a cuatro pesetas! ¡Damos el servicio con la misma calidad (huevo de pato) por la mitad de pasta!  Moraleja, lo anterior era un derroche innecesario.
La ceremonia del día de puertas abiertas es un copia copiae de las escuelas concertadas que tienen que sacarles los cuartos a sus potenciales clientes distanciándose de las zarapastrosa escuela pública que recoge toda la purria (inmigrantes, gamberros, malos estudiantes y otras almas necesitadas de cariño). ¿Y por qué lo hacen? Siempre hay un por qué.

El payaso llora entre bambalinas pero cuando lo enfoca el haz de luz saca su cara bondadosa, sus zapatos destartalados y sus atolondrados movimientos arrancan las sonrisas de unos espectadores que no se acaban de creer que pueda existir un ser tan estrafalario. La desastrosa realidad puede ser cómica. 
El sábado que viene los padres verán un centro reluciente, les explicarán mentiras piadosas y eufemismos socorridos, los pasillos estarán adornados de murales superguais, un powerpoint (dichoso invento) proyectado en una sala de actos caliente (me cago en todo) les venderá un producto que no existe. Cuando lleguen a sus casas pensarán que tampoco estamos tan mal. Misión cumplida del márketing de pacotilla de los interesados en cobrar un poquito más a final de mes que los odiosos críticos con el perverso sistema.
Solo se me ocurre un final para este escrito. En inglés que mola más. The show must go on!!!

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