dilluns, 18 de febrer del 2013

JUICIO SUMARIO A LOS REYES MAGOS



Han leído bien. Creo que aprovechando la marejadilla que sacude a la monarquía española (no entraré en las erecciones de los duques ni en colmillos de elefantes) ha llegado el momento de juzgar a esas tres figuras misteriosas que forman parte de nuestra cosmogonía infantil y que queriendo o sin querer han influido en la educación de manera perniciosa.

Supongo que el primer trauma importante al que se enfrenta un niño occidental judeocristiano es comprobar que sus grandes ilusiones se vinculaban a una gran mentira, una mentira doméstica y particular (la de sus progenitores) y una mentira social. Los mayores, siempre tan explicadores, creíamos que la inocencia del niño era la causa fundamental de que se tragasen la trola. ¡Un huevo de pato! El rostro pintarrajeado de Baltasar (hasta que vinieron negros de verdad), la repetición de las figuras reales por doquier (centros comerciales, televisión, cabalgata de barrio, familiares con ganas de hacer teatro, etc), los juguetes mal escondidos en los armarios, los comentarios de niños cabrones que no paraban de insistir a sus congéneres en que todo era una patraña, todo auguraba que el niño occidental judeocristiano despertaría del sueño por sí solo y digeriría la triste realidad. ¡Dos huevos de pato! El niño (con pelos en el pecho) y la niña (inflamándosele los globos pectorales) seguían esperando cada noche de 5 de enero que unos reyes venidos de Oriente (Afganistán también podría ser Oriente) les trajeran por arte de magia lo que escribieron en una carta chorra que recogieron unos pajes (patraña sobre patraña) con pinta de vecinos. Además, la sociedad occidental judeocristiana tuvo la recalcitrante idea de vincular los regalos al buen comportamiento. ¡Qué forma tan sutil de represión y de docilidad! Si el susodicho niño no se portaba  bien se le traería carbón asturiano en lugar de playstation (la bicicleta de otros tiempos). Ya tenemos el coctel explosivo servido para anestesiar conciencias: bondad y mentira. ¿Existen indicios suficientes para imputar a los Reyes Magos de un delito de agilipollamiento en grado de tentativa como mínimo?
Los niños son muy avispados, la mayoría silenciosa sabe de la inconsistencia de la historia pero sigue comulgando con ruedas de molino para trincar filete (regalos). Un aciago día, los padres, hartos de despertarse a medianoche para colocar los regalos y beberse el agua de los camellos, deciden revelar la verdad y esperan comprensión de sus retoños. ¡Una mierda! Los muy viles se hacen los ofendidos y les acusan de mentirosos. La credibilidad de los padres queda en entredicho y los tiranos inocentes les exigen a partir de ese momento pruebas (más regalos y más prebendas) de que se están curando de su adicción a la mentira podrida.
No es de extrañar, que cuando los alumnos no traen los deberes, los padres chantajeados encubran con excusas peregrinas la vagancia de sus hijos. O que les dejen quedarse en casita cuando tienen un resfriadillo de poca monta, o que vean plausible que su niña haga cola para asistir a un concierto de Justin Bieber en lugar de asistir a clase de Mates. 
¿Me pueden dar el número de teléfono del abogado de Diego Torres? Yo creo que nos hará un precio especial si logramos enchironar a cuatro reyes de un tiro, ¿no?

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