Mandamientos fundamentales de mi santa madre:
-
Si te ofrecen algo en casa ajena
di que no.
-
En las conversaciones de mayores
oír, ver y callar.
-
Que no me tengan que dar queja de
ti.
Minúsculo catecismo cívico-moral que me sirvió
para transitar por mi infancia conociendo los límites entre el mundo de los adultos
y el de los niños. Era impensable que un retaco de seis años entrase en tu casa
pidiendo un bocadillo (doy fe que ahora sucede). Era impensable que una niña
con coletas escuchase las conversaciones de los mayores y traficase con la
información obtenida (doy fe). Era impensable que tu padre justificase
cualquier travesura y te creyese a ti antes que a otro adulto (doy fe). Hoy ya
no es impensable.
Llevo a mi hija de diez años a una temida
fiesta pijama. Una ceremonia social de niñas repipis en las que está permitido
casi todo. Los padres demostramos nuestra debilidad no denunciándolas ante la
autoridad pertinente, la cobardía de ir contracorriente me empujó a renunciar a
mis principios (cobarde de mierda). Nos
conformamos con darles un cariñoso beso en la frente y con musitar un pórtate
bien poco convencido.
Pulso el botón del portero automático de la
casa de la anfitriona y no me responde nadie. Llamo al móvil de su madre y me
responde la hija.
- -
Mi madre está en el hospital, le
ha dado un mareo o algo así. Pero la fiesta se hace igual.
La primera bocanada de mala educación me pilla
desprevenido. Se pone al aparato su padre.
-
- -Estoy en urgencias esperando los
resultados pero parece que no es nada.
Alguien que va al hospital de urgencias un
sábado sin tener nada. Empiezo a alucinar.
-
- Oye, no te preocupes, ya haréis la
fiesta en otro momento. No creo oportuno…
-
-No, no, te llamo en diez minutos
pero la fiesta se hace, mi hija está como loca…
Yo tomo la decisión de volverme a casa. Mi hija
refunfuña. Son todas de la misma calaña, les da igual ocho que ochenta. Yo, yo
y requeteyo. A los diez minutos me llama el padre.
-
-Que ya estamos en casa y puedes
traer a la niña.
-
-No, no, creo que no es conveniente
que…
Me interrumpe diez veces y me implora de todas
formas que devuelva mi hija al redil. Casi le tengo que colgar. Al final cede.
Respiro y sigo conduciendo. Vuelve a sonar el móvil. Es la madre.
- -
No, que ya me encuentro
perfectamente. ¿Viene la niña?
Tiene todavía voz de vahído pero sigue percutiendo como
si fuera una sectaria. Sí o sí. La vuelvo a convencer con tenacidad y grandes
esfuerzos. Mi hija cuando comprueba mi firmeza empieza a cambiar de opinión
sospechosamente.
-
-Yo si mi madre hubiese salido del
hospital no celebraría la fiesta.
No le respondo por no liar una zapatiesta. Otra
vez el móvil, esta vez ya no contesto, estoy extenuado de tanto cuestionamiento
de mis decisiones y de tanta intromisión sin escrúpulos. Me dejan tres
mensajes. La madre de una niña que ya está en la fiesta.
- -Si quieres la voy a buscar yo. No
pasa nada, ya le echaremos una mano las demás madres, pero las niñas tienen
mucha ilusión.
Todo lo que les explico es muy preocupante.
Moraleja del finde: el cetro del poder lo ostentan unas princesitas mimadas a
las que no se les puede contrariar si uno no quiere verse atropellado por sus
padres-vasallos. ¿Estamos locos?
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