dimecres, 3 d’abril del 2013

LA BOLSA O LA VIDA




-          -Todos los padres queremos darle la Luna a nuestros hijos.
-          -No.
-          -¿No?
-          -Luego te pedirán Júpiter.

El diálogo lo mantengo con mi peluquera mientras me siega las melenas. Es vox populi la entrega incondicional de los padres respecto a los hijos (no viceversa). Y eso tiene unas consecuencias económicas trascendentales.

Cuando nace un crío, sus padres, abuelos, tíos, vecinos y gente de bien depositan expectativas sobre él, eso produce una apreciación de la mercancía. Durante la tierna infancia las acciones siguen subiendo en gran parte por la ceguera que produce el amor y por los tópicos sociales tan abundantes como indiscutibles. Una niña torpona pretende convertirse en bailarina del Bolshoi por la ilusión de su madre que siempre quiso serlo. Un niño que recita a Espronceda tiene un pie en la RAE según su padre administrativo con ínfulas de poeta. Y el niño o la niña, más sensatos que muchos adultos, se sienten apreciados (no amados, sino poderosos por la mirada defectuosa del cariño) y con buen criterio se dedican a especular. Cuando realizan la primera gran cagada el entorno acude en su ayuda para que no se hundan en un merecido fracaso.¿Y si se trauman? ¿Y si más adelante nos reprochan que no los socorrimos? ¿Y si somos malos padres? No se puede desafiar a la abnegación familiar, los padres siempre están ahí (hay veces que mejor que se fueran un ratitode paseo). La criatura crece en una burbuja (más irreal que la inmobiliaria) y sube y sube de valor escoltado por unos accionistas inconscientes que no quieren reconocer techos. Y cuando el niño o la niña suspenden su primera asignatura se derivan responsabilidades al profesor o el sursun corda, todos menos él. Es una manipulación del mercado para que las acciones sigan en ascenso. Poco a poco, desde las cumbres, los tiranos barbilampiños o las emperadoras Monster High se acostumbran a la buena vida a costa de negociar la  culpabilidad de sus padres. En la tele sale una tal Supernani que los convierte en héroes, hay niños mucho más pirados. Y aunque no se saquen la ESO les comprarán una moto, máximos históricos en el parquet bursátil. Y aunque se pasen la noche de juerga y no peguen ni golpe en casa, les seguiremos dando de comer y comprando la ropa. Y les cargaremos el móvil para que no desentonen en la manada. Y con el rollito de que no hay trabajo seguirán calentando la silla en el instituto y molestando a los pocos que están atentos.
Ha llegado el momento de depreciar la moneda y de controlar una inflación que hizo proliferar la mala educación por doquier. No es fácil. Todos clamamos por una cultura del esfuerzo que suena a chino mandarino a estas generaciones indolentes. La recuperación de la autoridad de los padres es un proceso durísimo, la de los profesores, casi un imposible. La sociedad se puebla de mastuerzos que chulean a sus padres o al primero que ofrezca debilidad. La desesperación de Wall Street en el crac del 29 llevó al suicidio a inversores que vieron como las acciones se convertían en papel mojado. No quiero ser agorero, pero los precios que ha alcanzado la carne de jovenzuelo es insostenible. Ni los percebes. Necesitamos un New Deal que regenere las inversiones desde las raíces (los que nacen hoy).
Por si acaso, si se encuentran en alguno de los supuestos descritos, y un desalmado con rasgos físicos parecidos a los suyos les amenaza con elegir entre la bolsa (seguir chupando del bote y seguir subiendo el valor de unos títulos inservibles) o la vida (mandarles a paseo y que se espabilen de una puñetera vez). Ustedes, apreciado público, siempre, escuchen bien lo que les digo, siempre, elijan la vida.   

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