dilluns, 17 de febrer del 2014

OXÍGENO



Me gustaría que toda la culpa la tuviese el lunes. O los mediocres malintencionados que pueblan los ministerios mandando mensajes putrefactos de esperanza donde sólo hay deudas. Sería un consuelo pensar que esos adolescentes que ahora duermen y watsapean despertarán un día para hacerse con el timón de este mundo descerebrado. Sería un consuelo… ¿Y si todo fuese culpa de los mercados? ¿O de Europa? ¿O de los americanos? Sí, sí… siempre están a mano para llevarse un manojo de responsabilidades los hijos del tío Sam. La culpa siempre la tienen otros, esa es la letra del himno nacional que nadie canta pero todos conocemos.
Hay días en que me cuesta respirar. Me aprisiona el pecho la ausencia de futuro, el clavo ardiendo que no encuentro, un Norte sólido, un tenue camino. Encuentro la traición en los enemigos del pueblo y en los que se disfrazaron con la camisa a cuadros de proletarios para anunciar revoluciones que nunca llegan. Me cruzo con gentes que venderían a su padre por pagar la hipoteca, a compañeros de trabajo que se esconden bajo el ala del avestruz para no sufrir los rasguños de la libertad, a alumnos que tienen como más alto objetivo de su vida vivir del cuento, a hombres y mujeres de todas las edades que se ríen de la cultura y sus beneficios, que la denostan con argumentos demagógicos, que se quejan de su sueldo exiguo pero que lo dilapidan en la compra de una entrada excesiva que les facilita la contemplación del gol del siglo. Que no saben, que no entienden, que no quieren saber y que no tienen el más mínimo interés que hay detrás de esta crisis teledirigida.
Pero cuando empiezo a perder el color, el destino canalla me sienta en l'Auditori de Barcelona, apaga las luces y me pone delante de un Maestro (ver doctrina) y sus dignos discípulos. La sabiduría la canta Javier Ruibal. El arte se escapa por la armónica desgarrada que sopla el corazón de Diego Villegas. El ritmo del guiso lo agita Javi Ruibal con unos tambores que me anuncian tempestades. Nelo Escotell y José Recacha completan el cuadro médico que me proporciona un poco de oxígeno en este mundo asfixiante.
  
 

Déjenme que les cuente una anécdota de lo vivido en una noche mágica de resurrección momentánea. Al final del concierto el Maestro Ruibal tuvo que hacer vises ante la insistencia del público. La guitarra se desafina fácilmente con tanto trajín. El Maestro se negó a afinarla delante del respetable, le preocupaban las molestias para el oído del espectador. Se ausentó unos segundos, los necesarios para ofrecer lo mejor de sí (olé el respeto a tu arte) sin perturbar a nadie (olé y olé por tu respeto a los demás).
Así sí. Uno se siente con ánimo de intentar un nuevo día. ¡Va por usted, Maestro! 



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