dimecres, 2 de juliol del 2014

CAMBIOS ÍNTIMOS



Primero fue Gran Hermano, exponer a unos ratoncillos a la vista de todo el mundo y dejarles hacer, especialmente esperando que se discutiesen como posesos, se metieran una hostia o se refregasen debajo de las sábanas. Luego llegó el boom de las redes sociales y la intimidad se devaluó en beneficio del escaparate. Una foto de las vacaciones, del último concierto o un primer plano frente al espejo de un cuarto de baño hortera. Narraciones surrealistas sobre la última noche fiestera o sobre la comida familiar de Navidad. La intimidad vendida por una decena de me gusta. Fulanita está en una relación, fulanito vive en Honolulú, a menganito le gusta el vino tinto, menganita conoce a zutanito que se mosquea porque ha visto entre los amigos de menganita a un tío que no le da buena espina porque una vez le bloqueó porque le dijo que era maricón porque se colocaba camisas color fucsia. Salte de la red y entre en la tele, los famosetes de Sálvame, con la Esteban a la cabeza, comerciando como si fueran altramuces con los amores, los polvos y las criaturas. Y un día, grito en cuello, escuchamos de los mismos que ponen la intimidad en el tendedero, un grito desgarrado: ¡Por favor, respeten mi intimidad!
La inspiración me ha surgido con la lectura del libro La intimidad como espectáculo de la socióloga brasileña Paula Sibila. Arranca sus reflexiones desde la figura de Virginia Woolf y su cuarto propio. La intimidad no tiene tantos siglos de vida, en épocas medievales era sospechoso tener un espacio para uno mismo. Todo era público y expuesto al control social, familiar y religioso. Lo que se cuece en el interior de las personas es muy peligroso. ¿Qué piensas? ¿Qué sientes? ¿Qué sueñas? Es tuyo y nada más que tuyo, no tienes por qué compartirlo si no quieres, no tienes por qué dar explicaciones, no tiene que someterse a lógica alguna, no hay moral ni reglas éticas que domestiquen lo que en ese espacio necesario se cuece. Y requieren también de una gran dosis de soledad, no entendida como una falta de presencia de otros seres humanos sino como encuentro descarnado con el que somos.
Todavía más transgresor es escribir lo que sucede en ese espacio íntimo. Dejar testimonio, a veces para nadie, de la subjetividad con la que se contempla la vida y sus sucesos. Sibila destaca el éxito de los relatos de sí que trajo el advenimiento de la burguesía, fundadora de la intimidad como fenómeno social. La tuerca giró una circunferencia con la aparición del género epistolar como intercambio de intimidades.


Nuestra sociedad cibernética del siglo XXI parece haber resucitado las grandes casas de vidrio que construyeron las vanguardias modernistas a principios de los años 30 del siglo pasado y que preocuparon a Walter Benjamin porque “el vidrio es un material en que nada se fija”. Cada vez parece más demodé decorarse por dentro pero se invierten fondos en limpiacristales que dejen pasar las miradas. El filósofo representante de la Escuela de Frankfurt sentenciaba que “el vidrio es en general un enemigo del misterio”. El sexo explícito durante la 24 horas ha provocado la extinción del morbo. Ni la caridad es ya lo que era. Proliferan últimamente benefactores que aprovechan el prime time para exhibir su preocupación por el necesitado. La mano derecha informa a la izquierda de los prodigios que puede producir si recibe una inyección de ego en forma de reconocimiento terrenal.
No crean que les traigo el Apocalipsis en porciones, con esta modesta reflexión inducida por Paula Sibila quiero dejar patente que la tecnología ha modificado substancialmente nuestros códigos de conducta, nuestras formas de relacionarnos y como consecuencia, nuestro cerebrito, que como ustedes saben, es de plastilina y lo modelan las emociones.

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