Primero fue Gran Hermano, exponer a unos
ratoncillos a la vista de todo el mundo y dejarles hacer, especialmente
esperando que se discutiesen como posesos, se metieran una hostia o se
refregasen debajo de las sábanas. Luego llegó el boom de las redes sociales y la
intimidad se devaluó en beneficio del escaparate. Una foto de las vacaciones, del
último concierto o un primer plano frente al espejo de un cuarto de baño hortera.
Narraciones surrealistas sobre la última noche fiestera o sobre la comida
familiar de Navidad. La intimidad vendida por una decena de me gusta. Fulanita
está en una relación, fulanito vive en Honolulú, a menganito le gusta el vino
tinto, menganita conoce a zutanito que se mosquea porque ha visto entre los
amigos de menganita a un tío que no le da buena espina porque una vez le
bloqueó porque le dijo que era maricón porque se colocaba camisas color fucsia.
Salte de la red y entre en la tele, los famosetes de Sálvame, con la Esteban a
la cabeza, comerciando como si fueran altramuces con los amores, los polvos y
las criaturas. Y un día, grito en cuello, escuchamos de los mismos que ponen la
intimidad en el tendedero, un grito desgarrado: ¡Por
favor, respeten mi intimidad!
La inspiración me ha surgido con la lectura del
libro La intimidad como espectáculo
de la socióloga brasileña Paula Sibila. Arranca sus reflexiones desde la figura
de Virginia Woolf y su cuarto propio. La intimidad no tiene tantos siglos de
vida, en épocas medievales era sospechoso tener un espacio para uno mismo. Todo
era público y expuesto al control social, familiar y religioso. Lo que se cuece
en el interior de las personas es muy peligroso. ¿Qué piensas? ¿Qué sientes?
¿Qué sueñas? Es tuyo y nada más que tuyo, no tienes por qué compartirlo si no
quieres, no tienes por qué dar explicaciones, no tiene que someterse a lógica
alguna, no hay moral ni reglas éticas que domestiquen lo que en ese espacio
necesario se cuece. Y requieren también de una gran dosis de soledad, no
entendida como una falta de presencia de otros seres humanos sino como
encuentro descarnado con el que somos.
Todavía más transgresor es escribir lo que sucede
en ese espacio íntimo. Dejar testimonio, a veces para nadie, de la subjetividad
con la que se contempla la vida y sus sucesos. Sibila destaca el éxito de los relatos de sí que trajo el
advenimiento de la burguesía, fundadora de la intimidad como fenómeno social.
La tuerca giró una circunferencia con la aparición del género epistolar como
intercambio de intimidades.
Nuestra sociedad cibernética del siglo XXI parece
haber resucitado las grandes casas de vidrio que construyeron las vanguardias
modernistas a principios de los años 30 del siglo pasado y que preocuparon a
Walter Benjamin porque “el vidrio es un
material en que nada se fija”. Cada vez parece más demodé decorarse por
dentro pero se invierten fondos en limpiacristales que dejen pasar
las miradas. El filósofo representante de la Escuela de Frankfurt sentenciaba
que “el vidrio es en general un enemigo
del misterio”. El sexo explícito durante la 24 horas ha provocado la
extinción del morbo. Ni la caridad es ya lo que era. Proliferan últimamente
benefactores que aprovechan el prime time para exhibir su preocupación por el
necesitado. La mano derecha informa a la izquierda de los prodigios que puede
producir si recibe una inyección de ego en forma de reconocimiento terrenal.
No crean que les traigo el Apocalipsis en
porciones, con esta modesta reflexión inducida por Paula Sibila quiero dejar
patente que la tecnología ha modificado substancialmente nuestros códigos de conducta,
nuestras formas de relacionarnos y como consecuencia, nuestro cerebrito, que
como ustedes saben, es de plastilina y lo modelan las emociones.
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