Cualquier titular escabrosamente sexual asegura un
incremento de visitas en el blog. Comprobado. En la base de tan singular
fenómeno imagino que se encuentra el conocido efecto Coolidge. El mamífero
(mayoritariamente macho) aumenta su excitación ante la posibilidad de nuevas
partenaires con ganas de himeneo (candela, metesacasalvaje u otros eufemismos).
Las palabras relacionadas con el sexo despiertan la curiosidad del susodicho
mamífero y olisquea creyendo que le conducirán a su ansiado su objetivo. Pura ilusión.
La excitación del macho
por vía pornográfica es muy antigua, recuerdo aquellas postales de principio de
siglo con mujeres entradas en carnes (parientes de las Tres Gracias) que
debieron sacar lo peor a nuestros agüelicos.
El protagonista (León Egea) de la última novela
del Maestro García Montero Alguien dice
tu nombre ubicada en la Granada de los años 60 se la machacaba con Ana
Karenina (no me digan ustedes que no hay que tener imaginación y atraso de
roscas). Yo utilicé aquellas revistillas furtivas que pasaban de mano en mano
para recrear un universo carnal que poco tuvo que ver posteriormente con lo que
me cautivaba de aquellas fotos. Y luego ya vinieron las pelis (recuerden los
casos de estrabismo que produjo la codificación del Canal +). El porno ya no es
lo que era, hemos pasado de la furtividad al acceso fácil e inmediato. Mis alumnos
juegan a encriptar delante de mis morros el nombre de los portales más
conocidos de internet de porno fácil (sin restricción por límite de edad) y
gratuito.
El porno no es inocuo, es una de las adicciones
legales más perniciosas. Y no hablo desde los púlpitos de la moral (ni se les
ocurra confundirme con los obispos que sacaron su catecismo hace poco), invoco
su reflexión sobre los efectos que produce en el cerebro y en el imaginario de
la sexualidad real. Hace un tiempo vi un documental sobre Japón que me dejó
perplejo. El país con una de las más rentable industria pornográfica es el que tiene un mayor
índice de abstinencia sexual. No se lo pierdan, se lo prescribo.
La ecuación pornografía = abstinencia me puso
sobre la pista de Naomí Wolf o Gary Wilson. Estos investigadores explican los
efectos devastadores del porno sobre la sexualidad masculina. Cada vez
necesitan más estímulo para despertar su excitación y ese proceso
autodestructivo acaba en impotencia o eyaculación precoz. Y de esa mala
construcción del deseo empieza una deficiente relación con el otro género (o
con el mismo) que como no recompensa (en dopamina) como el porno poco a poco se
va dejando de lado hasta llegar a la situación japonesa.
En mi época (y me imagino que en la de León Egea)
la masturbación masculina fue un tabú. Los lavabos familiares y los dormitorios
solitarios conocían ese desahogo necesario para la testosterona. Solo se
hablaba (casi mejor fanfarroneaba) en las reuniones de manada. Hoy, ya
liberados de los yugos de la ceguera y de otras amenazas absurdas, los jóvenes
(y no tanto, los expertos hablan de que los primeros consumos de porno puede establecerse
actualmente en torno a los 10 años) cada vez más aislados en sus
mundos cibernéticos son presa fácil de una adicción barata e invisible que
avanza como las termitas.
¿Mejor hablarlo, no? Para que luego digan que los
profes estamos desconectados de la realidad. Serán algunos.
Cualquiera con dos dedos de frente sería capaz de ver en que convierte la industria del sexo y derivados a las personas si se fijara un poquito en su alrededor pero parece que la gente ya tiene suficiente intentando controlar sus adicciones. Una pena.
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