Me
pediste un beso. Tú me pediste un beso en la orilla del mar. Y como no te lo
daba, y como yo no te lo daba, te pusiste a llorar.
Supongo que no les costaría demasiado continuar
con el mítico estribillo de la canción de Peret. No se confíen, el Mundial ha
aportado una variación substancial en la letra del hit del rumbero. Las lágrimas
ahora no caen en la arena, no, ahora el salado líquido rueda por las mejillas hasta
regar el césped de los estadios brasileiros y el motivo nada tiene que ver con
mal de amores sino con un fallo en una tanda de penalties que me elimina.
Es mi vida, no quiero cambiar. Los chicos no lloran
solo pueden soñar, es mi vida no quiero cambiar los chicos no lloran tienen que
pelear. Es mi vida ah! Es mi vida ah!
Otra canción al carajo,
la del Bosé. La primera urticaria la padecí con la contemplación de los jugadores del Athletic de
Bilbao desparramados por el césped llorando su derrota en la Europa League en
el 2012. Supongo que contagiados por el espasmódico entrenador (Marcelo Bielsa)
que los llevó como un cañón a la final europea se creyeron que el Atleti de
Madrí sería un coser y cantar y cuando vinieron a reaccionar el cafetero Falcao
ya les había metidos dos chicharros de tiburón de área. Al final del partido me
veo a una caterva de mocetones vascos (a la mierda todo los tópicos y todos los
chistecillos fanfarrones) más altos que el árbol de Guernika y con músculos de aizkolari
llorando a moco tendido (lo de Muniain de plañidera pross) porque habían
perdido la ansiada final.
Desde ese día he tenido
que soportar a no pocos malcriados gladiadores de nuestra época lloriqueando por
cada derrota. Por favor, seamos serios, que Adidas, Nike o Puma hagan el favor
de poner firmes a la muchachada y les deroguen los astronómicos contratos si se
ponen lacrimógenos a cada partido decisivo perdido. ¡Fin del histrionismo! La
derrota forma parte del negocio (¡y qué negocio!), ganar y perder, no ganar y
ganar (por mucho que lo dijera el llorado Luis Aragonés). La tengo liada con las
lágrimas porque después de tan sano ejercicio de liberación de presión suelen venir
otras acciones menos edificantes: críticas al árbitro, reproches al contrario y victimismo vario. Y ya tenemos otra vez la irresponsabilidad campando a sus
anchas, los chavales calcan todos los gestos de estas figuras de
porcelana, miren los peinados, las camisetas que se ponen y cómo tiran las
faltas con las patas abiertas desde que el portugués endiosado las clava por la
escuadra. El fútbol (que educa más que todos los profes juntos) como exponente
de una sensiblería barata y de una irresponsabilidad máxima ante el fracaso.
Moraleja, que cada vez
que no consigo algo (sea un beso o un penalti) ya tengo el agüilla despuntando
por el lacrimal y cuando queman vivo a un palestino o veo un pordiosero en
cualquier esquina de mi barrio me pongo las gafas de sol (también anunciadas por
una renombrada estrella futbolera) para protegerme de todo realismo hiriente y seguir viviendo en
la inopia hasta el próximo partido que echen por la tele.
Postada: Prescribo escribir en la pared con tinta indeleble el poema de Joan Vonyoli:
És bo de tenir llàgrimes a punt, tancades
per si tot d'una mor algú que estimes o llegeixes
un vers o penses en el joc
perdut.
Postada: Prescribo escribir en la pared con tinta indeleble el poema de Joan Vonyoli:
És bo de tenir llàgrimes a punt, tancades
per si tot d'una mor algú que estimes o llegeixes
un vers o penses en el joc
perdut.
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