Me gustaría ser más bueno y no pensar mal, incluso
a costa de fallar. Me gustaría descubrir que mis insidiosas sospechas creadas
desde el ángulo oscuro del rencor o de otros sentimientos hediondos que habitan
mi flora emocional se fundamentan en ese perverso resorte malvado que desarrolla
mi cerebro escorpión y no en una estadística de éxitos en la vida. Y me siento
culpable de ser así. Cómo puedo siempre dudar de la bondad y de las verdad. Tendré que poner pie en pared. He decidido que
los mejores profesionales de la bondad los tiene la iglesia, qué quieren que
les diga, es así. Debo encontrar el perdón que tranquilice mi espíritu y me
haga formar parte de su rebaño bueno, yo quiero que me crezca lana reluciente
(borrego soy) que deslumbre de pura confianza en el ser humano porque lo que es
ahora mi piel está roñosa de esa desconfianza que lo oxida todo.
He decidido picar alto, a grandes males grandes
remedios. Quién mejor que el emérito y ultrajado Rouco Varela para llevarme por
el buen camino. No me griten que no les oigo. Ha llegado el momento de olvidar
viejas rencillas y ser bueno y pensar en positivo. Ave María Purísima saldrá de
mi boca ahora proclive a la inocencia. Sin pecado concebida me responderá él
con esa firmeza que trasmiten los que siempre piensan bien del ser humano. He pecado,
padre. Esta última palabra me costará, me la tendré que arrancar de las garras
ácidas que me implantó el Maligno, pero lo conseguiré, vaya si lo conseguiré,
estoy llamado a las más altas cotas de bondad y no debo atrancarme porque un
vocablo se resista a salir con dulzura. Padre más que padre, he pensado mal. ¿De
quién? Del presidente. ¿Qué presidente? De nuestro presidente, ¿hay otro? Ah,
¿de ése? Inicialmente veo cierta desidia en su postura pero no puede escapar al
interés sano que mueve mi empresa. ¿Cómo ha podido pasar? Soy así. No me lo creo responde Rouco, seguro que te ha
dado motivos. No, el mal está en mí. Niega, ladea la cabeza con la tenacidad. Padre (cómo duele la palabrita), no me creo que Rajoy haya paralizado la
ley del aborto porque no tenga el consenso suficiente. Mi manía de nacimiento
de no creerme nada de lo que me dicen es el origen de la ignominiosa duda. No
me lo creo. ¿Es mortal el pecado, verdad? Qué dura es la tarea de confesor, ni un
despiste, ni un poder soltarse la lengua con ganas de arrasar a los que no
siguen los dictados de la bondad garantizada. Yo sigo con mis golpes en el
pecho. He pecado, padre, he pecado de pensamiento, he pensado que hay gato
encerrado, que tanto estrechar la mano del tal Sánchez ha contaminado su
pureza. Que hay temas sórdidos que se han llevado al Gallardón por delante, el adalid
de la vida y de la verdad dimitido como un vulgar imputado. Cómo se ha podido
tratar así al progresista incomprendido. Rouco está a punto de envenenarse de ira (jódete piensa un residuo de malo que todavía no ha podido ser erradicado). Aprieto. Él que solo siguió las directrices
del recurso del PP al Constitucional en el 2010, que se le ocurrió cumplir el
programa electoral y recoger el sentir mayoritario del consejo de ministros
(dominado por meapilas integristas) y de los provida y de los opusdei (procrean como
conejos y tienen un huevo de votos en la chistera). Padre, póngame una buena
penitencia, suerte que ahora no están de moda los cilicios que si no se
hinchaba. Puede mandarme aprender las diatribas de Jiménez Losantos de pe a pa
o qué se yo, hacerme accionista de 13TV, o pagarle la multa a la Espe, que esa
sí que cumple con sus palabras y no como el maricomplejines de Rajoy que se
caga a las primeras de cambio. Beso la mano de Rouco que cuando nos despedimos
me dice con voz bajita (sí, sí, ya controlo que no deslice la mano por el
muslo) que si se me ocurre pecar otra vez de pensamiento contra el presi que no se me
ocurra confesarme con los esbirros del sudaca (intuyo que no se lleva demasiado
bien con el Papa) y que acuda siempre en su (posesivo doble) auxilio.
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