A
nosotros nos pertenece el miedo de la ternura. (H.Müller)
Cinco años de trabajos forzados en Rusia por culpa
de su inmaculada monolítica blancura. La nieve delata, no puede esconder las
pisadas. Cuando la madre de Herta Müller (premio Nobel 2009) sale de su
escondrijo en su pequeño pueblo rumano es conducida a un campo de trabajos
forzados en Rusia. Colaborar con los nazis, un totalitarismo, le lleva al
castigo del comunismo, otro totalitarismo. En ese bocadillo queda atrapada por
culpa de la nieve y su imposibilidad de ofrecer un resquicio en el que
esconderse, las pisadas de los que la proveían de alimentos marcan el camino de
los lobos. La metáfora de su hija ajusta cuentas con la libertad restringida.
El miedo a la muerte no elimina nuestros
sentimientos; con el miedo no se pierde la fantasía, sino que ella y tú misma
te vuelves un poco más loca, los ojos se te hacen más grandes…
Los ojos abiertos de Müller retrataron los
horrores de la dictadura de Ceucescu y eso le costó enfrentarse a los
interrogatorios de sus esbirros que consideraron su escritura como “discriminatoria, moral y religiosamente
indecente”. Qué halago viniendo de los mismos que en hiriente ironía reclamaban
su parte del Nobel por contribuir a crear las obsesiones de su mundo literario.
Yo solía decir por entonces que los
funcionarios más jóvenes del país eran los más viejos. Porque la imitación del
dictador les salía sin ningún esfuerzo, al parecer, y con mayor perfección que
a los mayores.
El invasor ocupó la cabeza de toda una nación, Herta describe su
experiencia en una escuela de párvulos durante dos semanas, entraban niños y
salían soldados.
«Camarada, y usted ¿por qué no ha cantado
con nosotros?». Yo sonreí y le dije: «Si canto, no escucho si lo cantáis bien o
no». Tuve suerte, el pequeño policía no estaba preparado para esa respuesta. Yo
tampoco.
El invasor eliminó la individualidad para implantar la necesaria uniformidad. Todos discurrían por un solo carril, el que marcaba
la obediencia a un líder que sentía, hablaba, pensaba y vivía por cada uno de
sus ciudadanos, la suplantación absoluta del individuo para pasar a la manada.
En la Rumanía de Ceucescu era explícito, en el mundo “libre” es sutil. Müller
estuvo hace poco en el festival Cosmopoética de Córdoba y nos dejó un recadito.
Olvido es una palabra muy complicada. ¿Quién
debe hacerlo? ¿La víctima? Esta lo necesita para seguir. ¿El verdugo? ¿Para
justificarse? Debe ser un proceso colectivo y es difícil. Si no se aborda bien
acaba rebrotando, como ha sucedido en España”.
El último
latigazo de Herta (nombre que debe a la mejor amiga de su madre en el campo de
trabajo) viene en forma de título de libro: TODO LO QUE TENGO LO LLEVO CONMIGO.
Digno de tatuarse.
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