dimecres, 19 de novembre del 2014

LA TRAICIÓN DE LA NIEVE



A nosotros nos pertenece el miedo de la ternura. (H.Müller)

Cinco años de trabajos forzados en Rusia por culpa de su inmaculada monolítica blancura. La nieve delata, no puede esconder las pisadas. Cuando la madre de Herta Müller (premio Nobel 2009) sale de su escondrijo en su pequeño pueblo rumano es conducida a un campo de trabajos forzados en Rusia. Colaborar con los nazis, un totalitarismo, le lleva al castigo del comunismo, otro totalitarismo. En ese bocadillo queda atrapada por culpa de la nieve y su imposibilidad de ofrecer un resquicio en el que esconderse, las pisadas de los que la proveían de alimentos marcan el camino de los lobos. La metáfora de su hija ajusta cuentas con la libertad restringida.

El miedo a la muerte no elimina nuestros sentimientos; con el miedo no se pierde la fantasía, sino que ella y tú misma te vuelves un poco más loca, los ojos se te hacen más grandes…


Los ojos abiertos de Müller retrataron los horrores de la dictadura de Ceucescu y eso le costó enfrentarse a los interrogatorios de sus esbirros que consideraron su escritura como “discriminatoria, moral y religiosamente indecente”. Qué halago viniendo de los mismos que en hiriente ironía reclamaban su parte del Nobel por contribuir a crear las obsesiones de su mundo literario.

Yo solía decir por entonces que los funcionarios más jóvenes del país eran los más viejos. Porque la imitación del dictador les salía sin ningún esfuerzo, al parecer, y con mayor perfección que a los mayores.

El invasor ocupó la cabeza de toda una nación, Herta describe su experiencia en una escuela de párvulos durante dos semanas, entraban niños y salían soldados.

«Camarada, y usted ¿por qué no ha cantado con nosotros?». Yo sonreí y le dije: «Si canto, no escucho si lo cantáis bien o no». Tuve suerte, el pequeño policía no estaba preparado para esa respuesta. Yo tampoco. 

El invasor eliminó la individualidad para implantar la necesaria uniformidad. Todos discurrían por un solo carril, el que marcaba la obediencia a un líder que sentía, hablaba, pensaba y vivía por cada uno de sus ciudadanos, la suplantación absoluta del individuo para pasar a la manada. En la Rumanía de Ceucescu era explícito, en el mundo “libre” es sutil. Müller estuvo hace poco en el festival Cosmopoética de Córdoba y nos dejó un recadito.

Olvido es una palabra muy complicada. ¿Quién debe hacerlo? ¿La víctima? Esta lo necesita para seguir. ¿El verdugo? ¿Para justificarse? Debe ser un proceso colectivo y es difícil. Si no se aborda bien acaba rebrotando, como ha sucedido en España”.

El último latigazo de Herta (nombre que debe a la mejor amiga de su madre en el campo de trabajo) viene en forma de título de libro: TODO LO QUE TENGO LO LLEVO CONMIGO. Digno de tatuarse.

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