El azúcar reduce la acidez. La bondad se
abraza al sentido crítico como un púgil que perdidas las fuerzas necesita que
suene la campana para que no se descubran sus carencias. A nadie le gusta el
sambenito de crudo, desalmado, duro. Durante gran parte de mi vida me he dejado
convencer por el buenismo interior (el peor) y el exterior. Y eso te lo calan
los enemigos y te hacen un siete. Por lo tanto me he propuesto (uno ya tiene
una edad) mantener a raya a mi mas perversa naturaleza bondadosa y erradicar el
barniz moral que amenaza mis aledaños.
Bueno o malo, quién lo sabe, en
la mayoría de los casos faltan datos. El bondadoso que tengo enfrente es un
cabronazo que maltrata a su mujer, la santurrona de modales exquisitos que recita la Biblia esconde maldades inconfesables. Nadie en general y todo
el mundo en concreto. La moral no es tan facilona como se dictamina en cada
café de media mañana o en la cola del pan o en las barras de los bares
afectados por unos grados de más o en la puerta del colegio donde se arreglan
las vidas de los demás.
El domingo nos agenciamos mi cómplice y yo un
Zweig (24 horas en la vida de una mujer), una Montero (La ridícula idea de no
volver a verte), un Leguineche (Yo pondré la guerra), una Rivière (Serrat y su
época) y un Fernan-Gómez (Desde la última fila) por la módica cantidad de 15
euros. Sucedió en un puesto del mercado
de mi pueblo coyuntural. Es obvio que el saber profundo cotiza a la baja, menos
que una cerveza y unas patatas fritas. El vendedor de libros me advirtió al
devolverme el cambio que hacía una buena obra con la compra.
- -Me da
igual.
- -¿Cómo?-
preguntó cambiando el semblante.
- -Yo he
comprado libros, nada más.
- -Lo
que usted me ha entregado por ellos va a una residencia de niños con problemas
mentales.
- -Pues
muy bien.
El brillo de sus ojos quiso petrificarme pero no
pudo. No soportó que me importase un pimiento su salvación eterna. Muy poquito
se podrá hacer por esos desvalidos niños con problemas con lo que saque el presunto samaritano de
unos libros amarillentos que desdeña esta sociedad
evolucionada que gasta a raudales en videojuegos o series de tele. Insensible, lo
oigo, lo gritan desde la última fila y viene hacia mí a velocidad de crucero, todavía tengo algo de tiempo para acabar la reflexión.
Estoy harto de que
se confundan churras con merinas, que los bancos sean tan solícitos para cobrar comisiones en las telemaratones, que la Santa Madre (y Pederasta) Iglesia se haya apropiado de los
comedores sociales mientras tiene propiedades para parar un carro y sus obispos tengan unas tripas llenas de aire, que mis impuestos y la justicia social se vayan por el agujero del water que conecta con el bolsillo de los bandidos
con corbata. Estoy harto de que los pobres se conformen con las migajas que les dan otros
pobres que se lo han quitado de comer para creerse buenos y lo que es más
escandaloso, que celebremos esa ceremonia de la humillación mientras les reímos la gracia
a los autores materiales de tan lúgubre lienzo.
Perdonen la nota discordante pero no me sumo a la melodía
que subirá de tono en los albores de la Navidad. Bailen al son de una
solidaridad podrida y trucada pero conmigo no cuenten, yo solo compro libros
muy baratos y muy útiles.
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