Si alguien cobrase por los derechos de autor de la
palabra democracia en cuatro días encabezaba la lista de los Forbes. Si se
utilizase la palabra con propiedad los beneficios se reducirían al mismo ritmo
que el de muchas empresas españolas. Hay una inflación de democracia en el
parqué, los unos, los otros, los zutanos y los menganos, se jactan de llevarla
cosida en la pechera sin hacer caso al refrán que reza dime de lo que presumes
y te diré de lo que careces. En estos últimos meses (y agárrense para los
siguientes) en Catalunya y en el resto del territorio patrio ha habido
verdaderas leches por hacerse un selfie con la señora (democracia). Nadie puede
cuestionar mis principios democráticos (faltaba plus) pero yo puedo tirar por
tierra los del adversario porque es un etarra, un nazi, un bolivariano, un
facha o el mismísimo hijo de Satanás (imagino elegido por medio de un pucherazo
instigado por los malos). Los míos y los suyos, yo y el otro, principio
fundacional del nacionalismo. Hoy, ayer y siempre.
Annarosa Buttarelli, filósofa feminista italiana,
apuntaba la semana pasada en Barcelona, que el nacimiento de la democracia fue un instrumento del patriarcado para detener la lucha fratricida
entre los hombres para que no se acabara la especie. Eso explica que en sus
albores la excelsa democracia se olvidara de que votasen las mujeres (y a
partir de ahí para siempre) o que hasta bien entrado el siglo XIX (y XX) no se
dejara de considerar la pasta (en manos masculinas) como un elemento
configurador del censo. La memoria histórica es frágil y la interpretación del pasado
intencionada, con eso no descubro América pero sí encuadro un vocablo que está
muy lejos de ser la panacea universal.
El sistema no es mejor ni peor que hace un lustro,
el agotamiento que vivimos está causado por la caducidad de unos valores (sigo
sin inventar nada) que lo sostenían y por una crisis que exige soluciones que
no se encuentran. Agarrarse a la democracia como barra fija para salvar los
traqueteos del cambio de ciclo es absurdo. Eso que llamábamos estado del
bienestar está colgando de unas perchas de plastilina cuando el poder financiero
edifica búnkeres con hormigón.
El potaje está ideal para la aparición de los
populismos, palabra que empieza a cotizar al alza compitiendo con otras
descalificaciones antidemocráticas. Si quieren ampliar sus conocimientos léanse
detenidamente el artículo de José Álvarez Junco titulado Virtudes y peligros del populismo. Obligatorio para no deslizarse por peligrosas admiraciones
coleteras o quedarse atrapado entre los ondeos de banderas que desprenden aroma
de futuro mágico.
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