Un abrigo, un bastón, unas gafas, un sombrero y
una maleta, son suficientes para dar cuerpo a don Antonio Machado. El cambio de
luz en una escenario desnudo sirve para dibujar las etapas de su vida. La voz
de José Sacristán y sus registros, sus gestos tenues y gastados por el fructífero
paso del tiempo en el poeta y en el intérprete, desgranan la verdad insobornable
que perdura después de la muerte.
Mala gente que camina por territorio obsceno,
alejados de la escena, del lugar sagrado en el que está prohibido profanar la
atención del espectador sobre lo verdaderamente substancial de la vida. Fuera
del Teatro Joventut de l’Hospitalet llueve impúdicamente y durante todo el día
la obscenidad ha inundado campos a sus anchas. Ha sido el día de la recogida de
alimentos para aliviar el hambre de los pobres, lo han publicitado hasta en la
sopa, en las cajas que recogen la bondad de los solidarios puedo leer
obscenamente OBRA SOCIAL DE LA CAIXA. Y siento rabia, no pongo ni un grano de
arroz en el saco de los que van apestando la tierra con su avaricia.
El violonchelo de Aurora Martínez Piqué y ella
misma provocan al poeta y al actor que le da vida. El público mudo de respeto
entra en sus adentros de la mano de los versos para encontrar un pan que no tiene
amo, han venido a alimentar su espíritu. Caminante no hay camino, se hace
camino al andar. La voz inmediata de Sacristán se clava en la retina del
público, desde la escena se advierte que lo obsceno no tiene cabida. El camino
no es de nadie. Llueve fuera del teatro, se riega dentro el secarral de las
almas de los que escuchan al poeta muerto de pena en el exilio, en esa tumba
reivindicativa fuera de su cantada España a la que acuden otros exiliados de sí
mismos para reconocer la honestidad de uno de los suyos, no hablo de patrias sino de combatientes contra
lo obsceno.
Mientras los versos de la Autobiografía de Machado
se me siguen clavando en las venas de sangre jacobina que hierve cuando enlazo
las palabras con las que escribo, mientras el corazón se me indigna con lo
obsceno, comulgo en silencio con el actor honesto que mira al más allá y me
invoca a seguir el camino ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de
la mar.
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