divendres, 30 de gener del 2015

MUERTES RESPETABLES, MUERTES IMPUNES



Nuestra época le ha dado la espalda a la culpa, a los muertos”. La frase es del escritor vallisoletano Gustavo Martín Garzo que presenta una nueva novela sobre los crímenes de la guerra civil. ¿Otra vez a vuelta con eso? Mejor pasar página, apostar por la reconciliación, negociar con el olvido. Dicen algunos inconscientes que la muerte es democrática. ¡Y un carajo! Alguien apretó un gatillo (y fueron muchos los gatillos apretados) y acabó con un proyecto para siempre (y esas vidas no volvieron). Alguien delató y condujo a un ser humano a un final que no tiene justificación. Alguien presenció la ejecución, alguien se benefició de la muerte de su vecino. Los descendientes de las víctimas y los ciudadanos de este país no tienen el nombre de los culpables y por tanto no tienen consuelo ni cimientos sólidos en los que construir un futuro honrado. La factura no ha sido pagada. Las deudas con los bancos no se puede condonar, las de la Historia se borran con goma de ignominia. Pasemos página, el odio no conduce a ninguna parte. Somos un país moderno que ha sabido curar las heridas. ¿De quién eran las heridas? 


El Estado, ese que presumiblemente nos salva de la barbarie es el garante de que los culpables paguen, el castigo ejemplar, nadie puede escapar a la ley. ¿Qué pasa si ese Estado es el que instiga el delito? ¿Qué pasa si un país calla cuando hay miles de muertos sin asesinos? ¿Qué pasa si se decreta un olvido incondicional y se amnistía sin condicionaes a los culpables? ¿La culpa prescribe? ¿La impunidad es la verdadera ley no escrita? Otro libro sobre los muertos de la guerra civil, qué escritores más persistentes, qué resentimiento, no tienen espacio para el perdón. ¿Perdón, qué perdón, a quién se perdona si no hay culpables?
Pasa el tiempo y los cadáveres siguen en las cunetas y los responsables van muriendo respetablemente. Entierran su culpa por la indolencia de una sociedad que prefiere no remover el pasado. Hubo muertos de todos los colores, mejor homogeneizar los crímenes en el epígrafe de barbaries varias de guerra civil, meterlos en una bolsa bien negra y dejarlos al margen de la consideración particular y detallada de cada caso. Mejor que los nietos no sepan qué hicieron sus abuelos para que los sigan enterrando con honores de personas honradas, de vencedores de una guerra. Mueren respetablemente los que mataron impunemente. Otros nietos no saben nada de sus abuelos, tal vez una rabia subterránea se les erice algún día, tal vez sea demasiado tarde porque vuelva el tiempo de los muertos sin asesinos.  

Aquella guerra lo cambió todo. Las estaciones, el orden de los días, los parentescos. Todo lo mezcló: las cartas de los novios con  las delaciones de los vecinos, la lujuria con las canciones de cuna, el agua bendita con los asesinatos. Nada volvió a ser igual, todo quedó manchado por la culpa. Fue como cuando Caín mató a Abel con la quijada de un asno: el mundo cambió para siempre.  
Fragmento de Donde no estás de Gustavo Martín Garzo.

dijous, 29 de gener del 2015

QUEREMOS, PODEMOS, SABEMOS



El triángulo semántico que configura la clave de la regeneración no acaba de entangarillarse (palabra excluviva de origen materno sinónima de ir bien). Se me desliza por las tres modalidades (equilátero, isósceles y escaleno) y los resultados del dibujo son poco halagüeños. La equidad entre los lados sería la figura fundamental sobre la que enclavar el cambio, pero a la que me descuido se deforma el equilibrio y me encuentro que el camión de buenas intenciones amenaza pinchazo cuando se pone endiablada la carretera.

Nos ha costado arrancar con el queremos. Nuestra falta de audacia (me refiero a la mayoría de los españoles), nuestro conformismo, nuestro analfabetismo político, nuestro dejar los asuntos importantes en manos de los mediocres, nuestra inercia bipartidista, nuestros intereses clientelistas (hay más causas pero no hace falta ponerlas todas en fila) han hecho que no hayamos cogido la escuadra y el cartabón cinco años después de empezar el gran desaguisado. Vamos tarde y apurados, los números del desastre son casi irreversibles y hay que poner mucho querer en la balanza para doblegar las toneladas de condicionantes insalvables.
Desde hace menos de un año, apareció con fuerza la primera persona del plural del verbo poder en nuestra sociedad enferma. PODEMOS. Unos novedosos incontaminados que pretendían arrancar la caspa de cueros cabelludos dominantes. Listos, vivos, tertulianos, claros, al contraataque, fueron convenciendo a golpe de encuestas a un buen puñado de desesperados (yo incluido). Más vale malo por conocer que penoso conocido. Jugaron la carta de la limpieza, nosotros somos de otro mundo, somos gente como vosotros, gente honrada (quítame el IVA), nada que ver con los tripones que no nos representan, nada que ver con los timadores de las black, nada que ver con los sobres y con los chanchullos de la España va bien o la España Champions League. Nada, nosotros somos los incorruptos (porque no gobernamos básicamente), nuestro es el futuro. Sí se puede, compañeros y compañeras. Otro mundo es posible. Vamos. Suena L’Estaca y lo que haga falta para movilizar la voluntad de destrozados hasta las trancas. Bien. Fin del segundo capítulo.
¿Sabemos? Ese lado se está poniendo en cuestión a cada segundo que pasa. No hay que ser muy avispado para conocer cuáles son las cartas de la caspa y del sistema. Si vosotros vais del palo de la honradez hay que rebuscar en los baúles (que todo bicho viviente tiene) oscuros para encontrar unos trapillos sucios con los que embadurnaros con lo mismo que criticáis. El Coletas lo avisa en cada tertulia, ¡van a por nosotros! Vaya hallazgo. Y vosotros (nosotros) vamos a por ellos. En la primera tirada de cartas me pillan a la novia del líder en pelotas (menudo pestazo tira los contratos de su hermano), al ideólogo mayor cobrando pasta gansa por asesoría etéreas y al barbilampiño segunda espada con líos menores. ¿Qué pasará cuando formen parte del gobierno? ¿Qué sacarán cuando estén negociando la renta básica universal? ¿Qué  mierda no les endosarán cuando vayan a cagarse en la madre que parió a la Merkel?


Y uno tiene que hacer sus equilibrios para creerse isósceles cuando todo pinta a escaleno. Volveré a las clases de geometría a ver si consigo arbitrar un milagro aunque sea a costa de apostar por la circunferencia de un solo lado global: que se piren los que ya no tienen nada de crédito y que se pongan los que tienen el futuro como curriculum. Y no mirar mucho para Grecia vaya a ser que nos coja vértigo. 

dimecres, 28 de gener del 2015

¿POR QUÉ ME HACES ESTO?



Los ojos de los supervivientes de Auschwitz, setenta años después de la liberación del horror, claman para que no se olvide lo sucedido. La memoria del holocausto no es un arma suficiente para evitar que se vuelva repetir, ni siquiera para que los parientes de los que lo sufrieron no sean ahora verdugos de otros más débiles. El sufrimiento, el rastro que deja el mal, sigue preñando el universo de este a oeste y de norte a sur. Los buenos deseos, el supuesto bien, es el alimento más vitamínico que conoce el mal. ¿Y entonces? ¿Cruzarse de brazos? ¿Aceptar el triunfo de la maldad? ¡Ni mucho menos! El problema son las armas y el conocimiento del enemigo. La aparente banalidad del mal (Hannah Arendt) tira a la basura mucha de la filosofía anterior.

Nunca encontré unas páginas tan fructíferas y tan lúcidas como las escritas por la filósofa italiana Annarosa Buttarelli  en el libro colectivo La mágica fuerza de lo negativo. Sabemos que el mal defeca sufrimiento pero es necesario saber de qué se alimenta. El mal necesita al bien externo y al placer interno para poder seguir existiendo. Hay que matarlo de inanición, negarle el alimento para que sufra su propio exterminio y el placer interno se convierta en sufrimiento destructor. En palabras de la filósofa: el mal es capaz de destruirse a sí mismo, si no se le ofrece otra cosa que sí mismo.
El mal provoca muerte en vida, mata la existencia, piensen por ejemplo en la violencia de género, esas mujeres que dejan de vivir porque al toparse con un monstruo que las ha dejado de querer (por muchos que vomite lo contrario cuando se enfrenta a las responsabilidad de sus hechos), consumen su vida sin vivirla. Muchas desean la muerte de su verdugo y cuando se topan con ese sentimiento se hunden más en el lodazal, el bien que habita en ellas sirve de alimento indirecto para que su maltratador siga teniendo ventaja. A veces solo es cuestión de virar correctamente el flujo de intenciones. Buttarelli habla de maldecir, de lo que ella llama una política pasiva de actuar (propiamente femenina) que puede ofrecer dos líneas para que el mal se encamine a su exterminio: a) condenar (aunque solo sea de palabra) a que el que hace el mal, se someta al cumplimiento del mal dentro de él. b) una forma de profecía, una apuesta sobre el futuro. ¿Recuerdan cuando nuestra madre nos amenazaba con que si no estudiábamos acabaríamos ejerciendo de basureros? Años después muchos hijos recordaron las sentencias (que en su momento parecía solo estertores de insatisfacción) para reconocer la lógica que se escondía detrás de ellas. La lógica del hacer mal las cosas.
Buttarelli se centra en dos estrategias más para combatir lo negativo. La primera es la oración verdadera (superen los traumas de colegio de curas, yo lo hice), despojada de toda utilidad moral, teñida de la misma pasividad del maldecir, una certificación de la muerte que escapa al poder del mal,  Una oración al estilo ancestral, que ayuda a la evasión de uno mismo (y de las circunstancias de sufrimiento) para fluir en un río mucho más amplio.
El mal no acepta preguntas, ese es el último paso. ¿Por qué me haces esto? La pregunta incita al mal a extenderse porque trata de despertar el sentimiento de culpa, rabia y da estatuto a la víctima para ser tal para siempre, porque dice que la víctima está dispuesta a redimir, porque establece el reconocimiento de una dependencia infernal. La pasividad de no conocer es el mejor cuchillo para rajar el muro monolítico del mal. Butarelli, acaba su obra de arte, con un consejo brutal: NO PREGUNTAR E IRSE.
Dejen de invocar a la memoria de lo sufrido, de apelar a la educación como fin de lo negativo, de buscar en los raquíticos presupuestos del bien para combatir contra un negativo que solo acepta devorarse a sí mismo.

dilluns, 26 de gener del 2015

LA FAMILIA MAL, GRACIAS



Detrás hay una familia. Es un mantra sagrado para gran cantidad de tutores escolares. Quien tiene un alumno con familia detrás (tradicional se supone) tiene un tesoro, el lío y el caos se produce cuando el alumno es un producto de lo que se llama una familia desestructurada u otras tipologías más novedosas. Los profes estaban acostumbrados a que donde no llegaba la escuela (el niño se porta mal), llegaba la familia (castigo que te crió). Pero qué pasa si se pierde esa referencia y las termitas corroen uno de los puntales sociales. Disputas entre cónyuges, custodias y líos logísticos, sentencias de divorcio encima de la mesa de las entrevistas. Fin del apoyo y principio del conflicto. Entonces aparece la nostalgia por las pizarras de tiza y el integrismo familiar aparece como un clavo ardiendo al que aferrarse en el caos. Cualquier tiempo pasado fue mejor pero imposible que retorne. 

El recién fallecido sociólogo Ulrich Beck y su esposa Elisabeth tienen un libro que sirve para explicar la dualidad en que nos movemos. El normal caos del amor (Ed.Paidós). Me lo he chupado enterito este finde aprovechando los estragos de la gripe. El matrimonio sufre actualmente escarnio e idolatría en proporciones similares. Los datos de los divorcios aclaran la primera parte. Sin duda la carcoma familiar come de un multiproceso inexorable que tiene tres trilladoras potentes: la individualización personal generalizada (tenían razón los que apuntaban que los cónyuges no aguantan nada, por qué iban a hacerlo si hay soluciones para aspirar a una situación mejor), el proceso de emancipación femenina (la familia tradicional se sustentaba en una profunda desigualdad que ahora es poco justificable) y las exigencias del mercado laboral (desde los horarios hasta la flexibilidad geográfica). La pedagogía moderna también lanza una lluvia tóxica sobre el matrimonio, las exigencias y condiciones que exige la paternidad/maternidad guiada por el “proceso óptimo” (lo mejor para el niño) limita las posibilidades económicas de la sociedad conjunta y supone la imposición de obligaciones que hacen casi imposible la inversión en carnalidad erótica y ocio compartido que anuncian la estación término del hastío cotidiano. ¡La convivencia mata la pareja! Los cónyuges notan que se les escapa la vida y las termitas de la individualización empiezan a corroer con fuerza el edificio sólido que mantuvo los matrimonios pasados. Aunque las estructuras (religiosas, políticas, económicas, sociales) surgidas de las revoluciones burguesas industriales siguen incondicionalmente dando aliento al matrimonio tradicional, lo citan como ejemplo, le dan subvenciones y le profesan un cariño indisimulable, las termitas siguen dándose banquetes de realidad incuestionable que anuncia el principio del fin de una época de esplendor familiar.
El matrimonio Beck se sorprende de que los desertores del matrimonio tradicional (divorciados) no huyan despavoridos de la fórmula, más al contrario, crean una nueva religión vinculado al amor pero combatiendo enérgicamente las mentiras del amor romántico que eran útiles como pegamento en fases pretéritas pero que ahora no se pueden tragar ni con zumo de frutas tropicales. Buscan una verdad igual que otras religiones, los dos amantes se establecen en sacerdotes y códices de la creencia y buscan una transgresión que les aleje de otras termitas amenazantes.
En las épocas de cambio conviven las tendencias, a veces parece que nada se mueve y en un segundo los muebles pierden la estabilidad y se produce el batacazo descomunal.