Nadie puede plantarle cara al capitalismo. Es un
sistema infranqueable, perfecto, con una fachada de libertad impecable
(trabajaron muy bien conceptualmente los Ilustrados franceses), imagínense, podemos escoger
a nuestros representantes para que nos machaquen con nuestro beneplácito y nuestra pasividad. Y si no se lo creen escuchen
al nuevo ministro de Sanidad (si Mato era mala éste...) defendiendo a las farmacéuticas a capa y espada, o al beatífico de Interior defendiendo con uñas y dientes los derechos de los recién concebidos y pisoteando los de todos los demás. ¿Montoro? ¿Quién ha dicho que han bajado los salarios? ¿De Guindos? ¿Quién tiene miedo a perder el empleo? ¿Wert? Déjalo calladito como está empachado de sandeces.
Viva la libertad de
expresión con medios de comunicación al servicio del poder político y
empresarial. Suerte de los derechos sociales (sanidad, vivienda, trabajo), derechos humanos (que levanten la mano los que se mueren de hambre y sed de justicia) y
derechos ciudadanos (¿quedan?). Todo se puede empeorar por culpa de una oportuna crisis, un cambio geopolítico o un atentado oportuno.
El capitalismo ha perdido los enemigos por el camino.Se acuerdan
ustedes de aquel talón de Aquiles incómodo que afrentaba cual David al gigante
americano que tenía a pocos kilómetros de distancia, cómo le lucieron los
misiles que apuntaban directamente a la Casa Blanca en aquellos lejanos sesenta
del siglo pasado, sí, recuerden, el tipo del habano en la misma boca que
escupía pestes del sistema capitalista, sí, hagan un esfuerzo, Fidel…Fidel Castro. Ya lo
tienen embalsamado y recluido y en una operación sin precedentes del príncipe
de la democracia Yeswecan ha domesticado al hombre del saco comunista y ya
empiezan a llover del cielo hamburguesas sobre la isla caribeña. Fin del
peligro. Chavez criando malvas, los sandinistas razando el rosario y Maduro poniéndole la mano a Putin
porque no llega a final de mes por culpa del aumento de producción petrolífera
americana para dejar la fuente de la revolución al precio de las golosinas. El coreano es la guinda del pastel, sus excentricidades justifican la tolerancia americana. Se sigue construyendo a buen ritmo
el Gran Hermano Global.
¿La población? Al margen. Insensibles por la ignorancia, adormecidos por el entretenimiento (whatsapp y furgol por doquier),
dominados por las minúsculas dadivas a los dóciles y con el crujir de dientes de los represaliados disidentes.
Y tenemos suerte. Podemos seguir viviendo en el
planeta pese a los transgénicos y el fracking de los bemoles porque tal como
dice el filósofo Jean-Claude Michéa “las
sociedades donde se desarrolla el capitalismo son tan sólidas y vitales para contener en sí
mismas los efectos antropológicamente destructores de la economía autonomizada”.
Advierte que si se llegase a proponer una alternativa “si la hipótesis económica dejara de ser lo que en esencia sigue siendo
actualmente, es decir, una ingeniosa utopía, entonces la humanidad debería
prepararse para afrontar una vida innominable y males infinitos”.
O sea, resumiendo, que vamos apañados. A mí solo
se me ocurren una solución muy orwelliana: la conspiración. No puede ser en
ninguno de los casos un enfrentamiento a campo abierto sino una resistencia
subterránea a la que solo pueden pertenecer algunos tipos antropológicos que no
ha creado y que no podría crear el propio capitalismo. C. Castoradis realiza un
inventario somero: “jueces incorruptibles,
funcionarios íntegros y weberianos, educadores consagrados a su vocación,
obreros con un mínimo de conciencia profesional”.
Lo demás, más de lo mismo.
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