¿Por qué le interesa al CIS (Centro de Investigaciones
Sociológicas dependiente del ministerio de Presidencia) cuánto leen los españoles? Lo disimula con ambages sobre la rivalidad entre
libro de papel y el digital o con otras menudencias referidas al ocio, pero el fulgor de la perla que obtiene delata a la casta (caspa): Un 35% de españoles no lee NUNCA o CASI NUNCA un libro. Fetén. Más de
un tercio del país no tiene posibilidad de dejar de mirar las sombras que se
mueven en el fondo de la caverna y que accionan engañadores profesionales. Con
un empujoncito de los que leen una determinada tipología de libro (Sombras de Grey y memorias de la
Esteban) podemos conformar una generosa mitad del país atado a las cadenas de su propia
ignorancia. No leen nada sobre los economistas que hablan de que es posible la quita de la deuda o de los que advierten seriamente de que otro mundo es posible. Con sus perfectas orejeras dimiten del saber universal legado a través de los siglos y se oponen a la creatividad de la fantasía que les pueda abrir los agujeros tramposos. Erre que erre. Esa mitad de ilegibles se convierten en bocas repetidoras de lo que
oyen (trucado, viciado, manipulado) oficialmente y adiestran con su discurso a otros de escalones inferiores. Ya saben la verdadera intención del CIS.
Toda la maquinaria de la distracción (tele, internet)
y los años vividos en la institución escolar (que hace aborrecer la lectura con métodos sutiles)
han operado correctamente sobre la población para provocar la anestesia
perfecta con la que pueden saquear a placer los que tienen las llaves del castillo.
En el otro rincón del cuadrilátero me admira la
tenacidad del venerable anciano de 87 años que defiende el conocimiento contra viento y marea. Lejos
de bajar la guardia por la proximidad del presumible final recupera el entusiasmo de sus años más briosos para combatir por la
emancipación del ser humano de la caverna platónica. Cuando la mayoría de sus contemporáneos se recentan tranquilidad y reposo como carne de balneario, él, sabiendo el peligro que supone dejar a las neuronas sin uso se lanza
a la quijotesca cruzada contra los molinos de un mundo que ha homologado un libro a un ovni. Mi púgil idolatrado es Emilio Lledó, el filósofo, que hace unos días apareció en el programa de Ana Pastor junto a la escritora Elvira Lindo y el
economista Luis Garicano reflexionando sobre el envejecimiento de la población
española. Se mostraba arisco a entrar
en los análisis económicos, percutía una y otra vez, con voz entusiasta desde
sus arrugas, en la necesidad de mantener la mente firme hasta el final. No se
bajaba del burro: conocer, saber, descifrar, pensar, leer, aprender. Dale que
te pego. Disco rayado. La única forma de resistir la ignominia y abrir una nueva vereda (les recomiendo la interpretación del mito de la caverna en un fragmento de La memoria del logos) es el impulso ético, consiste en mantener el ideal de una superación y en la profunda creencia de que el conocimiento es ascensión y liberación. La sutileza del mito nos sitúa, sin embargo, ante nuevos escenarios. El más impresionante, y que después analizará Aristóteles, es el de la felicidad que proporciona el saber. Nada puede compararse a este momento que descubre la relación de los hechos, la justifiicación de los problemas, y el profundo engranaje que organiza la realidad.
Ayer, junto a mi cómplice, compramos en un Rastro
local, seis libros por 20 euros. Y poco a poco, levantamos una barricada firme.
Ella y yo combatimos del lado de Lledó. ¿Se alistan?
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