A la entrada de mi nuevo pueblo hay una escultura
de Ildefons Cerdà, urbanista creador del Eixample barcelonés. Allí nació para volver en el 2010 en forma de barras de
acero y subido en un par de esferas que según su creador (Jordi Díaz)
representan el nacimiento de una idea. Magnífica idea la suya que costó unos 50.000
euros que sufragó íntegramente la Diputación de Barcelona (si lo hubiese tenido
que hacer Centelles el pobre Ildefons seguiría sin reconocimiento de los
descendientes de los que lo vieron nacer). Hace unos meses una marea
amarilla (independentista) decidió tocar al hijo predilecto con una capa
del mismo color con el que se simbolizaban las protestas contra los recortes (paradojas
cromáticas). También le hicieron una especie de toga a otra escultura de la plaza Mayor y
vistieron la mayoría de farolas del municipio. Yo les comentaba jocosamente a
mi amigos que pensaba comprar tela blanquiazul para poner capas con los colores de mi Espanyol a personajes ilustres.
Obviamente si mi excentricidad hubiera llegado a término habría sido acusado de
incívico y las mismas jerarquías que callaron ante el poder amarillo me
impondrían una multa por desacato a unas ordenanzas también amarillentas. Quién me
habría creído para apropiarme con intenciones partidistas (futbolísticas nada
menos) del espacio público. Eso solo lo pueden hacer los que tienen poder político o el poder de Fuenteovejuna.
El problema de los monumentos es que sus
materiales resisten el paso del tiempo pero su simbología queda obsoleta por la
propia lógica efímera del poder. Los siguientes mandamases deponen las esculturas de
los perdedores para poner las suyas, con la misma pompa y boato, qué ceguera compartida
rige a los vanidosos que quieren pasar a la historia por la puerta grande. Más
fascinante es la iglesia católica que con beatífico candor se conforma con
poner su sello (la cruz básicamente) para convertir lo pagano en franquicia propia en un escorzo que suele provocar un eclecticismo caótico.
Monumentos que concitan revoluciones para que todo
siga casi igual (acuérdense de la defenestración de la estatua de Sadam Houssein), monumentos que se caen cuando se conocen secretos que atentan contra
la distinción del presunto ciudadano ejemplar (Pujol derribado en Premià de Dalt
por unos justicieros anónimos). Monumentos absurdos y ególatras que sirven para
medir la calaña moral de los que los encargan o los consienten (el de Sonia
Castedo se lleva la palma).
En el Convent dels Àngels de Barcelona, el MACBA
ha organizado una exposición con el título de MONUMENT. Se la recomiendo. En el
marco de los fastos del Tricentenario (patrocinado por la Generalitat, o sea,
el poder) han encomendado a 28 artistas que reflexionen y que dialoguen con el
fenómeno monumental. ¿Puede haber monumentos que no refuercen ni propaguen el
discurso del poder? La pregunta que le lanzan los comisarios a los artistas me
la responde Benjamín Prado en un magnífico artículo en el País. Se hace eco del
movimiento de artistas urbanos BOAMISTURA y su proyecto Madrid, te comería a versos.
Yo me encontré de sopetón su obra por las calles de Malasaña y me dio consuelo saber que no está todo controlado, que el espacio público también puede ser ocupado por subversivos que inviten a otra reflexión que la del rebaño o la del caudillo.
Yo me encontré de sopetón su obra por las calles de Malasaña y me dio consuelo saber que no está todo controlado, que el espacio público también puede ser ocupado por subversivos que inviten a otra reflexión que la del rebaño o la del caudillo.
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