Un hijo es una mercancía. ¿Cómo? No, no, por
favor, no escriba barbaridades. Se tienen por amor, por perpetuar la especie,
para volcar todo el cariño que nos sobra. Hasta los 18 años ese hijo tiene
obligatoriamente dos propietarios si éstos no se separan. ¿Propietarios? No se
le ocurra denominar así a sus progenitores, es una desfachatez lo suyo. Lo
cuidan con denuedo, con gusto, procuran su bienestar sin límite y se ocupan de
su crecimiento en todos los aspectos. La ruptura del negocio familiar
(divorcio) genera beneficios y pérdidas a los socios fundadores. Indecente,
insensible, marrano, márchese de este chiringuito.
La crisis griega ha puesto al descubierto el
negocio del divorcio. Sorprendía cómo las parejas salían de los juzgados
abrazadas de la misma forma que entraron años atrás. Donde hubo fuego siempre
quedan rescoldos podrían pensar los más ingenuos o los más integristas. Todo
era mucho más prosaico. Por firmar un papelito que regulaba civilmente el cese
del contrato matrimonial se garantizaban una serie de prebendas: en el caso de
familia monoparental el progenitor custodio sería el último en ser despedido de
su empresa; policías, militares y otros funcionarios no serían trasladados para
poder cumplir el régimen de visitas y se paralizaban los desahucios de la
viviendas principales (dónde se guarda la mercancía).
Las disputas por la mercancía son frecuentes en
los extintos negocios familiares. La ley española intentó con la implantación
de la custodia compartida buscar equilibrio contable entre las dos partes.
Poco tiempo después los legisladores ya están reculando. Las triquiñuelas para
vulnerar los convenios reguladores de divorcio son tan habituales y tan
extendidas que al final los jueces se tiene que regir por una máxima salomónica:
lo que sea mejor para la mercancía. La voz de la mercancía (sobre los
doce años como criterio comúnmente aceptado) es la que manda. El poder le viene
otorgado a los hijos como fuente de litigio, o sea, sufren una repentina
apreciación que les permite abrir negociaciones con innegables privilegios. Sobre la mesa suelen haber
elementos recurrentes:
a) el compromiso de que serán el centro del universo (si
no quieren que se desdigan y se vayan con el antiguo propietario) aprovechando
cierta dependencia emocional del candidato que presenta mayor interés b)
inversiones suculentas (ropa, móvil, ocio, vivienda…) que justifiquen la
elección
c) deflación en las exigencias en tareas domésticas o escolares
e) un
status de pobrecitos emocionales que justifica actitudes injustificables en
otros casos que no fueran una separación de bienes.
Debajo de ingentes cantidades de moralinas,
convencionalismos nostálgicos y otras zarandajas que mantienen la institución
familiar como amalgama necesaria del andamiaje capitalista católico occidental
están emergiendo intereses poco éticos que influyen decisivamente en la
formación de los seres humanos del XXI. Las mercancías (hijos) juegan un papel
determinante en el sistema (no basta más que mirar cómo babean los hipsters de
entre 40 y 50 tacos) y empiezan a juntar sus cetros (cedidos irresponsablemente
por sus anteriores propietarios en busca de pírricas dádivas) para empezar una
revolución irresponsable.
Al tiempo.
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