divendres, 6 de febrer del 2015

AGUA POTABLE



Recientemente se celebró un encuentro de periodistas en el que (para variar) se preguntaban por el futuro de su profesión. En estos tiempos en que hasta las computadoras escriben artículos parece que la extinción empieza a estar peligrosamente en el horizonte. En estos tiempos en que muchos medios de comunicación parecen bandas de gángsters al servicio de los poderes fácticos para ametrallar al enemigo sin piedad (y sin estilo) es muy difícil separar el polvo de la paja. En estos tiempos de hiperinformación hiperinmediata lo más normal es coger un empacho o tirar por lo recto y calificar todo lo que nos llega a los ojos y los oídos como basura. En estos tiempos ha tenido que ser el Maestro Gabilondo el que pusiera el diapasón en orden con una metáfora demoledora. En tiempos de guerra (los nuestros lo son) el bien más codiciado es el agua potable.

No me creo la palabra independencia cuando se refiere a periodismo (y tampoco en el campo político). Es un parapeto burdo para crédulos de primer curso. Detrás de todo el que informa hay una ideología y un sueldo y en algunos casos intereses inconfesables. Y no hay que rasgarse las vestiduras porque no exista ninguna ONG en el sector. En los estantes del supermercado periodístico encontramos Perrier, Solans de Cabras, Font Vella y Ni te mires la marca. Tampoco aseguran más calidad las más caras, ni siquiera que no tengan algún componente cancerígeno a largo plazo. Hay que sopesar los argumentos que nos ofrecen y su proximidad a la veracidad. No todo lo que leo está acorde con lo que pienso pero cada día me encuentro con rascacielos bien construidos por intereses con los que no tengo afinidad y chabolas deleznables de los que supuestamente son de mi cuerda. Por lo tanto, el gran problemas del periodismo actual (y que condicionará su futuro) no es tanto su sectarismo como su calidad.
El periodismo malo presupone al ciudadano lelo integral, capaz de ser engatusado con cualquier titular estremecedor, sin formación previa. Una de sus estrategias manidas es la información sesgada. Propone al espectador/lector un camino unidireccional, una sociedad dividida en buenos y malos, normalmente se tiñe de una moralidad primaria que acaba sentenciando a muerte  a los otros y ensalzando a los propios. No hablo del periodismo de opinión que siempre ha tenido esa cojera, me refiero también al de información. Obvia detalles relevantes para el análisis y últimamente como los codazos en el periodismo de baja estofa son tan feroces no tiene inconveniente en cruzar todas las líneas rojas para mentir, tergiversar y si es necesario inventar los hechos.
Como las fuentes donde brota el agua sana andan escasas hay que emigrar a medios marginales para poderse mojar los labios. Últimamente están surgiendo algunos (por ejemplo Sentit Crític o en menor medida El Público) que intentan mantenerse a flote solo con el dinero que ponen sus suscriptores. Es un periodismo denso que tiene un público selecto pero escaso. Todavía no ha alcanzado para poder financiar una televisión, los ríos caudalosos están en manos de gloriosos empresarios como el fallecido Lara, denominado por sus colegas como el esquizofrénico, tenía La Razón y la Sexta y ahora andaba testarudo en comprar una parte del arruinado El Periódico. Su padre fue el creador del premio Planeta, inventó aquello de tratar a los escritores como futbolistas, su hijo se decantó por sentar en la misma mesa a Marhuenda y a Pablo Iglesias (e Inda, plasta mediático donde los hubiere). Volviendo a la inquietud del principio, parece que el periodismo tiene futuro lo que no está tan claro es que el agua que bebemos no nos deje posos de imbecilidad y de inconsciencia.

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