dimarts, 10 de febrer del 2015

SEXO VIEJO



Una de las preguntas de riesgo que un profe puede hacer a sus alumnos es que le adivinen la edad. A la que te descuidas te han encasquetado un lustro de más. Al principio, un servidor, se enojaba porque creía que las canas y las arrugas (y los puñeteros michelines) estaban arreciando en su cuerpo antes de lo normal. Fui compartiendo mi decepción con otros colegas  y me di cuenta que gran parte del problema radicaba en el daltonismo emocional de los valorantes. 


                                              Sarah Awad.Couple 20012


A partir de los treinta y cinco, los muchachos ya no saben graduar las edades, ya se pasa directamente a la categoría de viejo, pero no de un viejo del siglo XXI cuya esperanza de vida se sitúa en los ochenta y todavía puede marcarse sus pinitos. No, ni hablar, te encajonan en la imagen de un viejo del siglo XIX, de aquellos que labraban de sol a sol por lo que a los cincuenta estaban destrozados y empezaban a tomar medidas para entrar en la caja de pino. Estos jovenzuelos inconscientes (sobre todo con lo que no les afecta directamente) no se esfuerzan en buscar contextos que les ayuden a calibrar la edad del adulto. Para qué, para ellos, después de los treinta y cinco ya no existe vida interesante, los adultos entramos en la senda de las obligaciones como progenitores y como firmantes de otras hipotecas y perdemos definitivamente nuestra identidad y nuestros sueños. Esa creencia es inamovible y cuando alguien los contraría lo miran como un bicho raro, como un desfasado, como un locuelo que quiere revivir a base de excentricidades. La displicencia de su rostro viene de la incomprensión de realidades que exceden de su reducido mundo.

La cimentación de estas creencias se puede atribuir a que la juventud actual está en el Everest de la autoconsideración, ese exagerado (e incontestable) culto al cuerpo perfecto (publicidad y gimnasios) y a la tersura del mismo. La sobrexcitación de los sentidos por los efectos del alcohol y las drogas en una irresponsabilidad non stop (jóvenes sin oficio ni beneficio hasta los 30) les lleva a calificar a los cuarentones (y sus predecesores) como inservibles, personajes de desguace que se tienen que conformar con manzanilla y yoga. Si se me sale por el piquillo unas sombre de inquina sepan que es deliberada.
Obviamente el sexo es de su propiedad. Sexo joven pringado de poluciones adolescentes fabricadas con porno americano, encumbrado de muescas en la pared de polvos (reales o imaginarios) con posturas galácticas, empoderado por una libido que se recarga como los mecheros. Pontifican los capataces del sexo cool que a medida que se dispara el reloj de arena, todo eso que ellos tienen por el mero hecho de ser jóvenes se disuelve entre la flacidez y la abulia. Si no disimulas tu deseo y hablas con descaro de las ganas de follar (oh, no, esa palabra también les pertenece) te etiquetan en dos minutos de viejo verde. Los ojos de conmiseración vienen después, la intención de transferirte por bluetooth la lástima y el ridículo, la sonrisita fácil que provoca una imagen sepia de un viejo y un viejo que van para Albacete y en la mitad del camino va y se la mete la mano en el paquete y saca un billete. Aclaración para recalcitrantes jóvenes: estribillo de canción picantona de mi adolescencia.
Lo peor, es que de tanto insistir, al final nos creemos su verdad. Y nos creemos vivos si vestimos como ellos, mitificamos sus nimiedades y cantamos sus insustancialidades. Trampas sin retorno.

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