La vida continúa. Lo aconsejaban los psicólogos.
Sea por lo que fuere, el miércoles, dos días después de la tragedia en el
instituto Joan Fuster de Barcelona se reanudaban las clases. Una explicación
plausible a lo sucedido (brote psicótico) devuelve a la manada a la
tranquilidad. La institución escolar vuelve al redil y los padres sobrecogidos
por el impacto retornan a sus trabajos o a sus subsidios. La manada familiar no
puede esconder una preocupación por el niño asesino, ¿y si hubiese sido mi
hijo? ¿No le dedico suficiente tiempo? ¿No controlo lo que ve y lo que hace en
su cuarto? ¿Tendría que ir al psicólogo arregladesajustes? El profesor muerto ha desaparecido de las
preocupaciones gracias al diseño perfecto de la realidad, desgracias suceden
todos los días, un desafortunado accidente laboral. Sus compañeros se
concentraron en la plaza de Sant Jaume, ya está, no se puede hacer más, la mala
fortuna es incompatible con las responsabilidades. Se escuchan voces
disidentes, incluso ácidas, pero no hacen demasiado ruido, no tienen demasiada
fuerza, no inquietan, no paran la producción. Hay alguien que desde la planta
veinte de un rascacielos contempla la situación, no hay peligro, la gran
factoría de realidad continúa funcionando.
Ya no hay miedo exterior, no hay bárbaros que
puedan venir de más allá de la frontera con nuevas cosmogonías. El comunismo ha
sido erradicado (¿verdad, señor Castro?), todo el territorio es nuestro,
funciona con las mismas claves de realidad. El único conflicto se produce entre
monopolios de realidad. El yihadismo es una ortodoxia integrista que gana
adeptos con facilidad, dibuja a sus súbditos una realidad que les gusta. Las
religiones tienen toneladas de pintura para configurar realidades
(culpabilidades, miedos, salvaciones, martirios,…). Los estados también
(impuestos, multas, delitos, cargos, prebendas…). La familia y la escuela
renuevan periódicamente los códigos de realidad. Los medios de comunicación
(comprados obviamente) publican la realidad y esconden la inservible para
establecer una ortodoxia perfecta.
Y piensen que esto que escribo lo hago desde
dentro de la manada, cerca de la intemperie que marca la frontera de lo
ortodoxo pero sin poder desembarazarme de los programas más resistentes que la
manada me instaló desde el minuto uno. Qué pasaría si un buen grupo de disidentes
a lo Matrix se decidiera combatir a los diseñadores de realidad y quisiéramos
averiguar cuán de honda es la madriguera.
La ignorancia es la felicidad.
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