dilluns, 11 de maig del 2015

A LA PLAZA


   - Jorgillo (ese era mi nombre para mi madre), acompáñame a la plaza.

Les voy a ser sinceros, esa petición me solía fastidiar, significaba convertirme en porteador de lo que mi madre comprase. Si eran productos livianos, todavía, pero como tocasen patatas suponía ir al gimnasio gratuitamente, hasta la plaza había una distancia considerable que solo se podía soportar cambiando la carga de mano. Otro aspecto detestable del mandato radicaba en la vis social materna, no dábamos cuatro pasos sin que se detuviera a entablar unas conversaciones que aburrían a aquel niño que fui. La parte más empalagosa era cuando su interlocutor/a te inspeccionaba de arriba abajo y te interpelaba con algún socorrido tópico o alguna pregunta de cumplimiento. La visita a la plaza no parecía acabarse nunca, nos parábamos en las paradas y en los conocidos sin conceder ninguna importancia al reloj. 

Mercat Torner de Badalona
El tiempo lo pone todo en su sitio. Ahora somos usuarios de grandes superfícies, difícil encontrarse a algún conocido, descargamos los productos de los estantes, rápido, rápido. Lo máximo que se portea es del párking a la nevera y existe servicio de reparto. Ahora recuerdo con nostalgia útil cómo mi madre seleccionaba los productos, interaccionaba con los tenderos, sacaba rendimiento a los exiguos fondos, creaba un tiempo de ocio escaso para un ama de casa entregada a sus labores.
En tiempos de escuela 3.0. los profesores tenemos que emular a mi madre, fíjate tú, después de muerta inspiradora de una nueva escuela cibernética. Hay que salir cada mañana a buscar al mercado del conocimiento, a esa plaza global que es internet, a escoger productos frescos con los que alimentarse (uno mismo) y alimentar (a tus alumnos). El libro de texto son las latas que se almacenan en la despensa para cuando ha sido corta la compra, pero imposible competir con el filete del día o el pescado fresco.
Hoy me he agenciado para mí un científico vivito y coleante, Joan Guinovart, director del Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona. ¿Y por qué lo he seleccionado entre todos los que andaban expuestos? El género siempre entra por la vista. Me fascina la capacidad humana de autoengaño. Eso no es más que un titular, luego hay que mirarle los ojos al pescao, el precio, los que están a su lado. Si quieren se lo comparto. Aquí.
A mis alumnos (mi madre decía, esto para ti Jorgillo, que sé que te gusta) les he puesto en la mesa dos platos de microhistoria. Un artículo del país Los tabúes de la Segunda Guerra Mundial. Va cargadito de vinagre y de hiel. Y un video de Jean-Gabriel Pèriot que vincula la guerra y las rapadas colaboracionistas francesas. Prueben.

No sé si el paladar de estos muchachos de Primero de Bachi está preparado para saborear con toda la intensidad que se merece estos productos tan ajenos a la dulzona historia que han consumido hasta ahora, pero tendré que ir excitando sus pupilas gustativas para no quejarme después de que tienen energía intelectual. Jorgillo, normal si comen siempre congelado o de McDonnalds.
Y pensar que mi madre, inspiradora de la escuela 3.0., declaraba con ironía que le molestaba lo negro (excusa ingeniosa para definir que no leía).
 

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